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Los años que van desde el 1962 hasta el 1969 fueron de
una gran actividad tanto comercial como fabril.
CON UN RITMO DE CRECIMIENTO TAN ESPECTACULAR QUE EN ALGUNOS
EJERCICIOS SE LLEGABA A DOBLAR LAS
CIFRAS DE NEGOCIO. Hay QUE TENER EN
CUENTA QUE ERAN LOS AÑOS del inicio y la consiguiente expansión de la
Televisión en España con una gran necesidad de instalación de antenas, tanto en
cuanto se refiere a las instalaciones individuales como con el inicio de las
pequeñas instalaciones comunitarias y ello comportaba la enorme demanda de la
fabricación de las antenas y sus componentes. Eran días de euforia, se había
salido de la recesión del Plan de Estabilización de 1959 y se estaba
produciendo el gran despegue industrial y comercial de España, las tímidas aperturas
políticas al exterior que permitían unas incipientes relaciones de comercio
internacional, importaciones y exportaciones y que fueron bien aprovechadas por
Industrias Greis, S.L. para consolidarse
y llegar a cuotas de mercado de enorme importancia para cualquier
empresa (posteriormente se verá que no se aprovechó todo lo posible ya que los
beneficios que se obtenían se veían considerablemente mermados por mor de las sangrías
financieras que padecía la firma para cubrir las muchas necesidades
extraordinarias, los excesivos stocks y las pérdidas por mala gestión de
personas totalmente incapaces de gestionar los distintos negocios de la
familia) y en esa dirección fueron las decisiones de ampliar la fábrica, con la
construcción de un nuevo edificio adosado al antiguo y que ampliaba las
distintas naves y los pisos en una tercera parte, la creación de una nuevas
oficinas en Barcelona, en las que como los nuevos ricos, se hizo un alarde al
estilo de las grandes multinacionales, con despachos acristalados con dobles
paredes y dobles cristales, con instalaciones de acondicionamiento de aire,
calefacción, salas de visitas, etc. Se llegó al extremo de que cualquier
"jefecillo" de tercera o cuarta categoría disponía de su gran
despacho, su gran mesa, butacones, etc. y, naturalmente lo tenían los
principales directivos, con oficinas duplicadas, en la fábrica y en las
oficinas de Barcelona. Es decir, se hizo un fuerte gasto e incluso algún que
otro despilfarro, como fue, el comprar otro local anexo al primero, contiguo a
las oficinas de Barcelona (estuvo sin utilizar, en absoluto para nada, durante
más de dos años) y que, posteriormente se convirtió en la sede de otro de los
"grandes" negocios de la familia, con pérdidas superiores en el año
1979 a los cuarenta millones de pesetas que fueron detectados y una cifra,
difícil de calcular, y que yo estimo en otro tanto, en stocks no vendibles y
obsoletos, facturas incobrables de clientes morosos, fallidos simplemente por
no haber sido presentados al cobro en su vencimiento, además de la pérdida
de imagen de la Empresa ya que, como siempre los negocios de cada uno de los
hermanos siempre tenían relación los unos con los otros y, esto es lo peor,
casi siempre debían ser rescatados económicamente por la casa madre.
A todo esto y para poder comprender la situación que
se estaba incubando y que más tarde produciría efectos muy dañinos y graves a
la Empresa, debo seguir relatando uno de los acontecimientos cruciales para la
existencia de Industrias Greis y que a pesar de que fue totalmente fortuito y
es innecesario decir que muy penoso y dramático para todos nosotros y que
trastocó totalmente la estructura accionarial de la empresa y fue la causa del
mal desenvolvimiento posterior de la Empresa.
Corría la Semana Santa del año 1969 y se producía un
doloroso suceso que, a mi entender, fue
el desencadenante de una serie de errores que han llevado Industrias Greis
hasta la situación actual.
En desgraciado y dramático accidente perecieron
ahogados los hermanos Don Joan y Don Rodolfo Greis.
Mis recuerdos del suceso están aún, a pesar de los años transcurridos, vivos en
mi memoria y, antes que nada, quiero dedicar un muy sentido homenaje a ambos
hermanos y en especial a Don Joan, que creo era una de esas pocas personas que
puedes encontrar a lo largo de toda una vida de las que, con justicia, puedes
enorgullecerte de haberlas conocido y de haber contado con su amistad. Una de
esas figuras que no aparecen fácilmente, y que merecen el calificativo de MUY
ESPECIALES, así con mayúsculas, tanto en lo referente a su capacidad para la dirección
de la Empresa como en la faceta personal, gran persona, gran amigo. ¡Que enorme
pérdida para todos!
Toda la Semana Santa se desenvolvió con un tiempo
desapacible, ventoso, fuertes lluvias y se produjeron avenidas en los torrentes
y riachuelos en casi todo el territorio, y ello convidaba más a volver a casa
que a quedarse, lo que me indujo a anticipar, en unas horas el regreso.
Era el Lunes de Pascua, y después de haber pasado esos
días de descanso junto con mi familia y unos primos, en la localidad de Solsona,
a media tarde, llegaba a mi domicilio con todos los bártulos, paquetes,
equipajes correspondientes a un matrimonio con dos hijas pequeñas; aún no me
había despojado del anorak, cuando sonó el teléfono y mi esposa me lo
pasó diciendo que llamaba un tal Sinera, a la sazón Inspector de Ventas de la
Empresa.
- Sr. Jeroni, (su voz era entrecortada y
terriblemente seria) ha ocurrido algo espantoso, me suelta, así de sopetón ¡Han muerto los
señores Joan y Rodolfo!.
- Pero señor Sinera, es increíble, terrible. ¿Qué ha
pasado?
- Solo sé que han muerto ahogados. Estaban en la finca
de Tarragona.
- Pero, por favor, dígame que ha pasado. ¿Ha sido al
atravesar el torrente?
- No sé nada más. Si quiere puede llamar a su
domicilio.
- Bien, gracias, ahora mismo llamaré. Adiós. Y
colgué el auricular.
En aquel momento quedé sin habla, anonadado, hasta que
pasados unos minutos oí a mi esposa que
me decía:
- Jeroni ¿que pasa?. Te has quedado con el semblante
blanco. !Di¡¿Qué pasa?
Y reaccioné. Estaba llorando como una criatura.
Había perdido a un verdadero amigo y, más que a un
Jefe, a un compañero de trabajo, con el que siempre nos habíamos entendido a la
perfección y que, y esto es lo importante, era, como se demostró
posteriormente, el único de los hermanos Greis que podía llevar a buen puerto
la nave de Industrias Greis.
Sin perder más tiempo que el imprescindible para un
cambio de atuendo, juntamente con mi esposa nos dirigimos a casa de Don Joseph
Greis, para intentar conocer más detalles y ponernos a su total e incondicional
disposición para cuanto pudiéramos hacer en su ayuda.
Tengo un amargo recuerdo de nuestra llegada al
domicilio de Don Joseph, recibí una penosa impresión pues nos recibió una
persona desconocida para mí y que, con muy poca o nula cortesía, nos impedía la
entrada y nos negaba el paso para contactar con alguno de los hermanos Greis.
En honor a la verdad, debo decir que era alguien que tenía muy poca
representatividad pues, como supe más tarde, se trataba del esposo de una de
las hijastras de Don Joseph. Después de muchos dimes y diretes le convencí para
que, por lo menos avisara a la señora Greis.
Nos recibió en una salita y con la exquisita
amabilidad y tacto que suelen demostrar personas de su gran categoría humana,
con gran serenidad nos hizo saber las circunstancias en que se habían producido
los luctuosos sucesos que habían concluido con el deceso de dos de los hijos de
su esposo Don Joseph y que nos rogaba no insistiéramos en ver a su esposo ya
que estaba muy emocionado por los acontecimientos y, además, había sufrido un
accidente mientras esperaba con ansia la llegada de sus hijos y ante su
tardanza, había caído y sufrido un
traumatismo en uno de los brazos, por lo que el médico le había suministrado un
sedante y recomendado que descansara.
Nos relató que los hermanos Joan y Rodolfo, junto con
su primo Robert, habían decidido pasar un día de pesca y para ello habían
salido con el "Jeep" y después de cargados los aparejos de pesca, se
dirigieron hacia una zona cercana de la costa para pasar un día de descanso y
relajación y que por designios del destino se convirtió en el último de sus
vidas.
Nos contaba su hermano Adolfo que era un día muy
desagradable, ventoso y frío, en realidad toda la semana había hecho un tiempo
muy desapacible con una meteorología más propia del norte de España que de la
soleada Tarragona, con lluvia, frío, e incluso, nieve en las montañas. Llegados
al lugar escogido se habían encaramado a unas rocas, que por efecto de la
llovizna y las salpicaduras de las olas, ya que el mar estaba bastante
alterado, estaban muy resbaladizas y como consecuencia de todo ello, al lanzar la
caña Rodolfo resbaló y se precipitó al mar embravecido debido al temporal de
levante que levantaba olas de mas de tres metros de altura. Su hermano Joan,
viendo que pese a sus esfuerzos, no conseguía asirse de nuevo a las peñas y
volver a izarse hasta lugar seguro, se despojó de algunas prendas y se lanzó al
agua para ayudarle y entre los dos conseguir salir del trance en que se habían
metido. Lamentablemente el estado de la mar no permitía el asirse a ningún
saliente, las olas les empujaban una y otra vez contra la pared rocosa y sus
esfuerzos más a conseguir agarrarse a algún saliente y, al propio tiempo,
evitar que la fuerza del oleaje les lanzara y golpeara contra las rocas. Fueron
unos pocos minutos de un terrible esfuerzo físico que pronto agotó sus fuerzas
y que muy a pesar de Robert, que intentaba una y otra vez lanzarles el sedal de
las otras cañas como si de un cabo se tratara y que les permitiera asirse a
algo, pero, por desgracia todo fue inútil, la fuerte resaca les impelía mar
adentro y pese a su enorme coraje, pese a que ambos eran buenos nadadores, la
fuerza del agua y también la baja temperatura pudo con todas sus reservas
físicas y su primo Robert, vio, con desesperación, como desaparecían sus
cuerpos bajo el agua. Un hermano, por salvar al otro, caía en el mar y ambos fallecían
sin remedio.
A Robert ya solo le quedaba la decisión de volver al
"Jeep" y regresar a casa para trasmitir la trágica nueva.
Como si el destino quisiera hundir moralmente a
Robert, al llegar al "Jeep" pudo ver que allí había una cuerda, lo
suficientemente gruesa y larga como para haber sido lanzada al agua e intentar
de forma más factible, el rescate de los desaparecidos entre las olas. El pobre
hombre perdió, prácticamente la capacidad mental y durante bastantes meses tuvo
que someterse a tratamiento psiquiátrico para llegar a salir de la depresión en
que se hundió y que le costó años hasta llegar a mitigar el dolor de la
tragedia que se había cernido sobre la familia y de la que había sido, no solo
testigo y protagonista.
Al llegar a la casa solariega de los Greis, donde se
hallaba reunida toda la familia, se encontró con un nuevo drama; D. Joseph con
la angustia, la intranquilidad y el nerviosismo de la espera, había salido al
jardín y debido a que si vista no era muy buena, había tropezado, caído y
sufrido la rotura de un brazo, con lo que se añadía, al dolor moral el físico.
Ya la Guardia Civil había
informado del accidente y se había iniciado la búsqueda de los cuerpos de los
dos hermanos que habían desaparecido entre las turbulentas aguas del
Mediterráneo, búsqueda que tuvo que ser abandonada hasta el día siguiente por
la falta de luz.
Al día siguiente aparecieron
los cuerpos en una cercana playa al lugar del accidente y pudieron ser
cumplidos los dolorosos y desagradables trámites judiciales, levantamiento de
los cadáveres por el Juez, identificación de los mismos en el depósito, así
como la preparación de todos los trámites para la inhumación de los restos de
los desgraciados hermanos.
Fueron sepultados en el
cementerio del cercano pueblo de Riudoms con asistencia de las pocas personas
de la familia, amigos y allegados que pudieron ser avisados ya que por tratarse
de las fechas en que había sucedido era difícil el localizar a la gente.
En la empresa Industrias
Greis, la noticia provocó una gran conmoción, pude observar a más de uno y más
de dos personas, obreros, empleados, llorando por la muerte de uno de los
hombres con una humanidad más grande que he conocido en toda mi vida. Se
organizó un viaje en autocares y una caravana de coches particulares, al pueblo
de Riudoms para celebrar una Misa funeral y la subsiguiente visita al Campo
santo para rezar un responso por sus almas. Creo que fue una gran y emotiva
manifestación de dolor que salía espontánea de lo más profundo del ser de todos
y cada uno de los presentes.
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