divendres, 31 d’agost del 2012

NOVELA - CAPITULO 4 (1ª parte)


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Los años que van desde el 1962 hasta el 1969 fueron de una gran actividad tanto comercial como fabril.  CON UN RITMO DE CRECIMIENTO TAN ESPECTACULAR QUE EN ALGUNOS EJERCICIOS  SE LLEGABA A DOBLAR LAS CIFRAS DE NEGOCIO.  Hay QUE TENER EN CUENTA QUE ERAN LOS AÑOS del inicio y la consiguiente expansión de la Televisión en España con una gran necesidad de instalación de antenas, tanto en cuanto se refiere a las instalaciones individuales como con el inicio de las pequeñas instalaciones comunitarias y ello comportaba la enorme demanda de la fabricación de las antenas y sus componentes. Eran días de euforia, se había salido de la recesión del Plan de Estabilización de 1959 y se estaba produciendo el gran despegue industrial y comercial de España, las tímidas aperturas políticas al exterior que permitían unas incipientes relaciones de comercio internacional, importaciones y exportaciones y que fueron bien aprovechadas por Industrias Greis, S.L. para consolidarse  y llegar a cuotas de mercado de enorme importancia para cualquier empresa (posteriormente se verá que no se aprovechó todo lo posible ya que los beneficios que se obtenían se veían considerablemente mermados por mor de las sangrías financieras que padecía la firma para cubrir las muchas necesidades extraordinarias, los excesivos stocks y las pérdidas por mala gestión de personas totalmente incapaces de gestionar los distintos negocios de la familia) y en esa dirección fueron las decisiones de ampliar la fábrica, con la construcción de un nuevo edificio adosado al antiguo y que ampliaba las distintas naves y los pisos en una tercera parte, la creación de una nuevas oficinas en Barcelona, en las que como los nuevos ricos, se hizo un alarde al estilo de las grandes multinacionales, con despachos acristalados con dobles paredes y dobles cristales, con instalaciones de acondicionamiento de aire, calefacción, salas de visitas, etc. Se llegó al extremo de que cualquier "jefecillo" de tercera o cuarta categoría disponía de su gran despacho, su gran mesa, butacones, etc. y, naturalmente lo tenían los principales directivos, con oficinas duplicadas, en la fábrica y en las oficinas de Barcelona. Es decir, se hizo un fuerte gasto e incluso algún que otro despilfarro, como fue, el comprar otro local anexo al primero, contiguo a las oficinas de Barcelona (estuvo sin utilizar, en absoluto para nada, durante más de dos años) y que, posteriormente se convirtió en la sede de otro de los "grandes" negocios de la familia, con pérdidas superiores en el año 1979 a los cuarenta millones de pesetas que fueron detectados y una cifra, difícil de calcular, y que yo estimo en otro tanto, en stocks no vendibles y obsoletos, facturas incobrables de clientes morosos, fallidos simplemente por no haber sido presentados al cobro en su vencimiento, además de la pérdida de imagen de la Empresa ya que, como siempre los negocios de cada uno de los hermanos siempre tenían relación los unos con los otros y, esto es lo peor, casi siempre debían ser rescatados económicamente por la casa madre.

A todo esto y para poder comprender la situación que se estaba incubando y que más tarde produciría efectos muy dañinos y graves a la Empresa, debo seguir relatando uno de los acontecimientos cruciales para la existencia de Industrias Greis y que a pesar de que fue totalmente fortuito y es innecesario decir que muy penoso y dramático para todos nosotros y que trastocó totalmente la estructura accionarial de la empresa y fue la causa del mal desenvolvimiento posterior de la Empresa.

Corría la Semana Santa del año 1969 y se producía un doloroso  suceso que, a mi entender, fue el desencadenante de una serie de errores que han llevado Industrias Greis hasta la situación actual.

En desgraciado y dramático accidente perecieron ahogados los hermanos Don Joan y Don Rodolfo Greis.

Mis recuerdos del suceso están aún,  a pesar de los años transcurridos, vivos en mi memoria y, antes que nada, quiero dedicar un muy sentido homenaje a ambos hermanos y en especial a Don Joan, que creo era una de esas pocas personas que puedes encontrar a lo largo de toda una vida de las que, con justicia, puedes enorgullecerte de haberlas conocido y de haber contado con su amistad. Una de esas figuras que no aparecen fácilmente, y que merecen el calificativo de MUY ESPECIALES, así con mayúsculas, tanto en lo referente a su capacidad para la dirección de la Empresa como en la faceta personal, gran persona, gran amigo. ¡Que enorme pérdida para todos!

Toda la Semana Santa se desenvolvió con un tiempo desapacible, ventoso, fuertes lluvias y se produjeron avenidas en los torrentes y riachuelos en casi todo el territorio, y ello convidaba más a volver a casa que a quedarse, lo que me indujo a anticipar, en unas horas el regreso.

Era el Lunes de Pascua, y después de haber pasado esos días de descanso junto con mi familia y unos primos, en la localidad de Solsona, a media tarde, llegaba a mi domicilio con todos los bártulos, paquetes, equipajes correspondientes a un matrimonio con dos hijas pequeñas; aún no me había despojado del anorak, cuando sonó el teléfono y mi esposa me lo pasó diciendo que llamaba un tal Sinera, a la sazón Inspector de Ventas de la Empresa.

- Sr. Jeroni, (su voz era entrecortada y terriblemente seria) ha ocurrido algo espantoso,  me suelta, así de sopetón ¡Han muerto los señores Joan y Rodolfo!.

- Pero señor Sinera, es increíble, terrible. ¿Qué ha pasado?

- Solo sé que han muerto ahogados. Estaban en la finca de Tarragona.

- Pero, por favor, dígame que ha pasado. ¿Ha sido al atravesar el torrente?

- No sé nada más. Si quiere puede llamar a su domicilio.

- Bien, gracias, ahora mismo llamaré. Adiós. Y colgué el auricular.

En aquel momento quedé sin habla, anonadado, hasta que pasados unos minutos  oí a mi esposa que me decía:

- Jeroni ¿que pasa?. Te has quedado con el semblante blanco. !Di¡¿Qué pasa?

Y reaccioné. Estaba llorando como una criatura.

Había perdido a un verdadero amigo y, más que a un Jefe, a un compañero de trabajo, con el que siempre nos habíamos entendido a la perfección y que, y esto es lo importante, era, como se demostró posteriormente, el único de los hermanos Greis que podía llevar a buen puerto la nave de Industrias Greis.

Sin perder más tiempo que el imprescindible para un cambio de atuendo, juntamente con mi esposa nos dirigimos a casa de Don Joseph Greis, para intentar conocer más detalles y ponernos a su total e incondicional disposición para cuanto pudiéramos hacer en su ayuda.

Tengo un amargo recuerdo de nuestra llegada al domicilio de Don Joseph, recibí una penosa impresión pues nos recibió una persona desconocida para mí y que, con muy poca o nula cortesía, nos impedía la entrada y nos negaba el paso para contactar con alguno de los hermanos Greis. En honor a la verdad, debo decir que era alguien que tenía muy poca representatividad pues, como supe más tarde, se trataba del esposo de una de las hijastras de Don Joseph. Después de muchos dimes y diretes le convencí para que, por lo menos avisara a la señora Greis.

Nos recibió en una salita y con la exquisita amabilidad y tacto que suelen demostrar personas de su gran categoría humana, con gran serenidad nos hizo saber las circunstancias en que se habían producido los luctuosos sucesos que habían concluido con el deceso de dos de los hijos de su esposo Don Joseph y que nos rogaba no insistiéramos en ver a su esposo ya que estaba muy emocionado por los acontecimientos y, además, había sufrido un accidente mientras esperaba con ansia la llegada de sus hijos y ante su tardanza, había caído y  sufrido un traumatismo en uno de los brazos, por lo que el médico le había suministrado un sedante y recomendado que descansara.

Nos relató que los hermanos Joan y Rodolfo, junto con su primo Robert, habían decidido pasar un día de pesca y para ello habían salido con el "Jeep" y después de cargados los aparejos de pesca, se dirigieron hacia una zona cercana de la costa para pasar un día de descanso y relajación y que por designios del destino se convirtió en el último de sus vidas.

Nos contaba su hermano Adolfo que era un día muy desagradable, ventoso y frío, en realidad toda la semana había hecho un tiempo muy desapacible con una meteorología más propia del norte de España que de la soleada Tarragona, con lluvia, frío, e incluso, nieve en las montañas. Llegados al lugar escogido se habían encaramado a unas rocas, que por efecto de la llovizna y las salpicaduras de las olas, ya que el mar estaba bastante alterado, estaban muy resbaladizas y como consecuencia de todo ello, al lanzar la caña Rodolfo resbaló y se precipitó al mar embravecido debido al temporal de levante que levantaba olas de mas de tres metros de altura. Su hermano Joan, viendo que pese a sus esfuerzos, no conseguía asirse de nuevo a las peñas y volver a izarse hasta lugar seguro, se despojó de algunas prendas y se lanzó al agua para ayudarle y entre los dos conseguir salir del trance en que se habían metido. Lamentablemente el estado de la mar no permitía el asirse a ningún saliente, las olas les empujaban una y otra vez contra la pared rocosa y sus esfuerzos más a conseguir agarrarse a algún saliente y, al propio tiempo, evitar que la fuerza del oleaje les lanzara y golpeara contra las rocas. Fueron unos pocos minutos de un terrible esfuerzo físico que pronto agotó sus fuerzas y que muy a pesar de Robert, que intentaba una y otra vez lanzarles el sedal de las otras cañas como si de un cabo se tratara y que les permitiera asirse a algo, pero, por desgracia todo fue inútil, la fuerte resaca les impelía mar adentro y pese a su enorme coraje, pese a que ambos eran buenos nadadores, la fuerza del agua y también la baja temperatura pudo con todas sus reservas físicas y su primo Robert, vio, con desesperación, como desaparecían sus cuerpos bajo el agua. Un hermano, por salvar al otro, caía en el mar y ambos fallecían sin remedio.

A Robert ya solo le quedaba la decisión de volver al "Jeep" y regresar a casa para trasmitir la trágica nueva.

Como si el destino quisiera hundir moralmente a Robert, al llegar al "Jeep" pudo ver que allí había una cuerda, lo suficientemente gruesa y larga como para haber sido lanzada al agua e intentar de forma más factible, el rescate de los desaparecidos entre las olas. El pobre hombre perdió, prácticamente la capacidad mental y durante bastantes meses tuvo que someterse a tratamiento psiquiátrico para llegar a salir de la depresión en que se hundió y que le costó años hasta llegar a mitigar el dolor de la tragedia que se había cernido sobre la familia y de la que había sido, no solo testigo y protagonista.

Al llegar a la casa solariega de los Greis, donde se hallaba reunida toda la familia, se encontró con un nuevo drama; D. Joseph con la angustia, la intranquilidad y el nerviosismo de la espera, había salido al jardín y debido a que si vista no era muy buena, había tropezado, caído y sufrido la rotura de un brazo, con lo que se añadía, al dolor moral el físico.

Ya la Guardia Civil había informado del accidente y se había iniciado la búsqueda de los cuerpos de los dos hermanos que habían desaparecido entre las turbulentas aguas del Mediterráneo, búsqueda que tuvo que ser abandonada hasta el día siguiente por la falta de luz.

Al día siguiente aparecieron los cuerpos en una cercana playa al lugar del accidente y pudieron ser cumplidos los dolorosos y desagradables trámites judiciales, levantamiento de los cadáveres por el Juez, identificación de los mismos en el depósito, así como la preparación de todos los trámites para la inhumación de los restos de los desgraciados hermanos.

Fueron sepultados en el cementerio del cercano pueblo de Riudoms con asistencia de las pocas personas de la familia, amigos y allegados que pudieron ser avisados ya que por tratarse de las fechas en que había sucedido era difícil el localizar a la gente.

En la empresa Industrias Greis, la noticia provocó una gran conmoción, pude observar a más de uno y más de dos personas, obreros, empleados, llorando por la muerte de uno de los hombres con una humanidad más grande que he conocido en toda mi vida. Se organizó un viaje en autocares y una caravana de coches particulares, al pueblo de Riudoms para celebrar una Misa funeral y la subsiguiente visita al Campo santo para rezar un responso por sus almas. Creo que fue una gran y emotiva manifestación de dolor que salía espontánea de lo más profundo del ser de todos y cada uno de los presentes.

 

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